Cuando en un parque de Copenhague aparece el cuerpo sin vida de una mujer mayor, el comisario Carl Mørck recibe el encargo de esclarecer ese asesinato brutal, cuyas circunstancias parecen estar relacionadas con otra muerte sucedida años atrás. Al mismo tiempo, un asesino en serie se dedica a atropellar a mujeres jóvenes. Por si fuera poco, las instancias superiores del Departamento Q están todo menos contentas con el bajo porcentaje de resolución de casos y se plantean suprimir gran parte de la financiación del departamento. Además, Rose, ayudante de Carl Mørck y pieza fundamental de su equipo, pasa por un mal momento. Vive atormentada por recuerdos de acontecimientos espeluznantes de su pasado que la obligan a ingresar en un hospital psiquiátrico. ¿Qué tienen que ver con todo esto una trabajadora social resentida, Anne-Line Svendsen, y tres jóvenes muy atractivas y obsesionadas con su apariencia, Michelle, Jasmin y Denise, que se conocen en la sala de espera del despacho de Svendsen y para inmortalizar el momento se hacen un selfie?
Séptimo libro de la serie Departamento Q, protagonizada por el arisco Carl Morck, el misterioso Assad y la excéntrica Rose.
Al contrario de los libros anteriores, en este caso no se trata de la investigación de un viejo caso que los demás departamentos han dado por imposible. En realidad no se trata de un caso sino de varios, y son casos actuales en los que el Departamento Q no tiene jurisdicción. ¿Pero cuándo ha parado esto a nuestro Carl?
Las distintas investigaciones se entrecruzan, los problemas interdepartamentales y políticos están a la orden del día, pero lo más importante es que hay que ayudar a Rose, inmersa en un oscuro círculo de depresión y psicosis con raíces en un oscuro secreto de su pasado.
Estos saltos entre casos y escenas se dejan notar en el desarrollo del libro, ya que no hay una linea continua en la narración; tan pronto estás con un caso, como se entrecruza otro. La lectura resulta algo más costosa que en anteriores libros, el tono es algo más deprimente, oscuro, que recuerda algo a los libros de Patricia Highsmith, en el sentido de que los posibles criminales cobran un mayor protagonismo en la historia. Ya no se trata de averiguar quien es culpable, sino de saber si se le va a poder detener.
El libro me ha gustado, aunque me ha costado entrar ya que, como he dicho, el tono de la narración ya no es ese humor negro que nos tiene acostumbrados, sino uno más oscuro, deprimente, a juego con los sentimientos del Departamento Q.
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