La crisis económica azota Estados Unidos. Joe Harper, residente en Baltimore, acaba de perder su empleo. Mientras sopesa mudarse a un barrio más barato, recuerda que su abuelo, el mítico Cerón Harper, le dejó en herencia una cabaña en Sulphur Creek, un pueblo canadiense. Toma el poco dinero que le queda y se dirige hacia allí. Es un lugar remoto y aislado, al lado de un parque natural, ideal para esperar que todo mejore. Además, el recuerdo de su abuelo, un incansable buscador de oro del que se decía que podía matar osos con la única ayuda de un cuchillo, es un buen acicate.
La cabaña está prácticamente en ruinas, pero Joe no se arredra. Reconvertido en pionero, arregla el tejado, repara con tablones el porche, consigue apartar piedras enormes. Cuenta cada dólar y lo invierte en comestibles, en agua. Y, casi enfebrecido por el cansancio, se siente vivo, un héroe de película, como si Baltimore no hubiera existido nunca. Para su sorpresa, pronto descubre que Sulphur Creek se vacía durante los duros meses de invierno. Con cualquier excusa, los lugareños abandonan el pueblo para mudarse temporalmente. Un hecho curioso, que podría atribuirse a las extremas temperaturas, pero que parece adquirir otro significado cuando uno de sus vecinos le susurra: «No pase aquí el invierno. Ellos vienen. Vienen cuando hace frío». Sin embargo, Joe no cree en leyendas, fantasmas ni demonios. Piensa que los aullidos que se escuchan son sólo un signo de la fuerte ventisca y que las sombras forman parte de la oscuridad característica de la estación.
Una mezcla de El resplandor, It y Poltergeist mezclado con Dentro del Laberinto, te llegas a preguntar qué se ha fumado el autor. El libro es raro, pero entretenido. Estás en medido de un viaje psicotrópico, alucinante, que no sabes por donde te va a llevar.
Lo he leído muy rápido, es sencillo y estás deseando leer la siguiente página para seguir con la extraña experiencia.
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