Roma, 2 de abril de 2005. El Papa Juan Pablo II acaba de morir y la plaza de San Pedro se llena de fieles dispuestos a darle el último adiós. Al mismo tiempo, se inician los preparativos para el cónclave del que ha de salir el nombre del nuevo Sumo Pontifice. Justo entonces dos cardenales aparecen asesinados siguiendo un macabro ritual que incluye la mutilación de miembros y mensajes escritos con simbología religiosa. Un asesino en serie anda suelto por las calles de Roma, y la encargada de perseguirlo será la inspectora y psiquiatra criminalista Paola Dicanti. A la cruel astucia del psicópata se unen las trabas que los servicios de seguridad del Vaticano ponen a la investigación: oficialmente las muertes de los cardenales no están ocurriendo y el cónclave debe celebrarse a toda costa. La aparición del padre Fowler, un ex militar norteamericano, supondrá un nuevo desafío para Dicanti, reacia a confiar en el misterioso sacerdote. Pero Fowler conoce el nombre del asesino y guarda un secreto aún más temible: su propio pasado.
Me ha dejado fría. Excepto en un par de páginas, la intriga brilla por su ausencia. Y los momentos "pájaro espino", en mi humilde opinión, sobran.
Por lo pronto, empieza por desvelarte el nombre del asesino a las primeras de cambio, y no por descubrimiento de la policía. Eso rompe, para mi gusto, la intriga en todo libro.
Segundo, además de poca intriga, la inspectora protagonista se pasa buena parte del libro enamoradiza. Que si hay intriga, pues vale, lo puedo dejar pasar; pero fallando esta, destaca demasiado.
Seguramente no era el momento apropiado en mi vida para leer este libro, y el hecho de que no me gusten los libros ni series que me desvelen al asesino al principio hace que ya lo empiece con mal pie.
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